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La Arquitectura funeraria según Ricardo Fina Calatrava

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Ricardo Fina Calatrava nos ilustra acerca de una de las modalidades que trabaja en su estudio de arquitectura en Girona:

La arquitectura funeraria incluye todas aquellas construcciones relacionadas con el rito fúnebre, tumbas, mausoleos, cementerios, velatorios, tanatorios…Muy divertido no parece, la verdad.

De hecho es un tipo de encargo inusual, al menos la primera vez, al que uno se acerca con cierta prevención y mucho respeto. Sin embargo, una vez roto el hielo, deja de parecer tan tétrico.

La cosa viene de antiguo, pues lo de morirse, viene de serie. Es decir, que es un hecho irreversible y que por tanto ha creado una necesidad desde el primer momento en que el hombre ha querido darle cierta dignidad al asunto… Si bien para unos lo importante es el rito funerario en sí y el cuerpo carece de importancia (o eso nos parece a nuestro occidentales ojos) y se limitan a exponerlo a los carroñeros o dejarlo flotando por ahí, otros necesitan (necesitamos) seguir aferrándonos a la memoria del difunto con algún que otro tipo de monumento. De la estela a la pirámide, pasando por el Taj Mahal y el Valle de los Caídos (por citar el más reciente ejemplo patrio de monumento funerario de dimensiones faraónicas), a los simples nichos, tumbas y mausoleos, algunos de gran belleza (y otros de dudoso gusto).
Los indudables reyes del culto funerario son los antiguos egipcios, sobre todo en lo que a faraones se refiere (ya se sabe, la muerte nos iguala a todos, pero mi pirámide es más alta que la tuya), con un elaborado ritual y una idea de la vida ultraterrena compleja e interesante. Sus monumentos, que siguen fascinándonos hoy en día, son el máximo ejemplo de pervivencia de la memoria del difunto a través de los siglos.

Porque de eso se trata. De no caer en el olvido… pues es el olvido la verdadera muerte.

Centrándonos en nuestro entorno occidental y yendo a la génesis del mismo, el Imperio Romano, vemos que, como en tantos otros aspectos, seguimos siendo esencialmente romanos. El rito fúnebre de un romano al uso se iniciaba con la preparación del cuerpo en casa del difunto, lavándolo y vistiéndolo para poder ser expuesto y recibir la familia las muestras de consuelo de clientes, amigos y allegados, lo que no debía dilatarse en exceso por razones obvias (no había cámaras frigoríficas…). Como a los romanos les encantaban los espectáculos (seguimos siendo romanos…) organizaban una procesión con plañideras y actores profesionales (que portaban las máscaras de antepasados ilustres –quien los tuviera, claro), a mayor gloria del difunto (y su familia), para llevarlo a la pira funeraria. Un discurso fúnebre loando las virtudes del finado, y de paso promocionando al discursante –los romanos no daban puntada sin hilo-, una bonita hoguera y a enterrar los huesos en una tumba a la vera de la Vía Apia (o calzada principal del lugar)

En esencia, sigue siendo lo mismo que hacemos hoy en día, si bien con el añadido de la liturgia cristiana. El cristianismo proscribió la cremación, por aquello de la resurrección de la carne y el desconocimiento del ADN, que puede sacarse de casi cualquier lado sin necesidad de ocupar tanto espacio, con lo caro que va el suelo hoy en día (cualquier suelo; miren qué cuesta la concesión de un nicho y lo verán).

Hasta no hace demasiado tiempo, el velatorio se hacía en casa del difunto, con el mismo de cuerpo presente. Poco a poco se ha ido imponiendo la costumbre de acudir a un tanatorio a velar el cuerpo, pues, a diferencia de un domicilio, estos espacios suelen disponer de instalaciones convenientemente dimensionadas y preparadas para tal fin. La comodidad que supone poder hacer los trámites, el velatorio y la ceremonia en un mismo lugar, junto al hecho de descargar a la familia del acomodo de sus legos, ha consagrado al tanatorio como nuevo centro del hecho funerario, con su consiguiente expansión. Rara es la población que no dispone o no desea disponer de ésta instalación, que ha pasado a ser el centro del ritual, desplazando, en no pocos casos, a la parroquia, al disponer muchos de ellos de su propia sala de ceremonias.

Si buscáramos alguna de las emociones que asociamos al hecho de la muerte, podríamos hablar de calma, paz, silencio, tristeza, pérdida y añoranza.

Los espacios que han de acoger el duelo deben estar en consonancia, pues, con lo que sucede en su interior. Los edificios que construimos, a parte de dar respuesta a los requerimientos meramente funcionales de la actividad de tanatorio, buscan fundirse en las tres primeras emociones arriba enunciadas: calma, paz y silencio. Tomaremos como ejemplo el último de ellos, promovido por Mémora y levantado junto al cementerio de Rosas (Gerona)

Se ha buscado un edificio austero en la forma; líneas rectas, volúmenes puros, color blanco (en su zona pública)… calma
Lo hemos rodeado de naturaleza, abriéndolo a un jardín de olivos y creando patios interiores, privativos de los velatorios y espacios de trabajo o descanso… paz

Y se ha renunciado a la evidencia, el protagonismo, al símbolo, con un edificio que da la espalda a la calle y procura pasar desapercibido desde el exterior… silencio ¿Y por qué? Pues para intentar, en la medida de lo posible, hacer que estas emociones predominen sobre la tristeza, la pérdida y la añoranza. Si como mínimo no las magnifican, ¡ya nos damos por satisfechos!

Se ha planteado una edificación en planta baja, muy lineal, buscando tanto la mínima ocupación como el máximo aprovechamiento del espacio construido.

La arquitectura del tanatorio

Internamente el tanatorio se organiza a partir del acceso público en la zona de recepción. A su derecha queda la sala de usos múltiples, directamente relacionada con el vestíbulo de acceso y con entrada independiente desde el exterior, de manera que, acabada la ceremonia, la familia despide el duelo (bajo cubierto) y puede encaminarse, si es el caso, hacia el cementerio.

Tras la recepción se sitúa un pequeño espacio de almacenaje y la zona administrativa, limitada en este caso a un despacho que hace la función de sala de tramitación. Ésta queda iluminada naturalmente mediante un patio, que a su vez proporciona luz al pasillo privado posterior (el que conecta con los velatorios y las cámaras frigoríficas) y a los lavabos, situados a la izquierda de la recepción. Frente a ella se sitúa el mueble para los libros de firmas.

Los velatorios cuentan con un espacio de espera común, abierto al jardín de los olivos y la sala de vela propiamente dicha, que permite el contacto íntimo y privado con el difunto.

Esta instalación consta de tres velatorios; dos de ellos de iguales dimensiones y distribución.

Ambos disponen de luz natural gracias a un patio interior. El último velatorio, de mayores dimensiones y que puede unirse con el que tiene a su derecha (mediante la apertura de un panel móvil) tiene vistas directamente al exterior, a la parte posterior del jardín de olivos que rodea al edificio.
La parte privada, es decir, aquella a la que el público no tiene acceso, consta de un almacén para féretros y material funerario, garaje, sala de tanatopraxia y vestuario para el personal.

Desde el garaje (al que se llega atravesando el almacén) se accede al pasillo posterior que recorre el tanatorio de un extremo a otro. Esta disposición permite que el recorrido del difunto, desde el momento de su llegada en coche al tanatorio, pasando por tanatopraxia, las cámaras frigoríficas de los velatorios y la sala de usos múltiples, discurra por un circuito interno, separado tanto física como visualmente del público.

Cabe reseñar que se usa aquí una cámara frigorífica cerrada, que permite alojar en su interior, además del féretro, las flores que acompañan al difunto, lo que permite un mejor mantenimiento de las mismas hasta el momento de la ceremonia y el entierro. En otras instalaciones se opta por una urna refrigerada que si bien sólo admite al féretro, permite una mayor proximidad al difunto. Las cámaras tienen otra ventaja respecto a las urnas, y es que permiten un acceso no intrusivo al difunto por parte de los empleados de la funeraria, ya que éste se encuentra en un cuarto aparte.

Se ha previsto un acceso desde los velatorios al pasillo posterior para permitir introducir el féretro y permitir a la familia despedirse del finado.
Volumétricamente, el elemento definitorio del proyecto es el amplio porche de la fachada principal, que permite abrirla totalmente a la vez que la protege de los elementos. El poche actúa como marco del edificio, confiriéndole personalidad propia y una potente imagen formal.

Esta horizontalidad se combina con el volumen saliente de la sala de usos múltiples, retrasado respecto al plano de fachada y de 6 metros de altura.


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