En varias ocasiones hemos hablado del pequeño comercio, de las tiendas de proximidad y el papel que jugaron durante el confinamiento. Cómo estaban ahí cuando era imposible ir a comprar a un gran centro comercial, o los pedidos online tardaban semanas.
Las cifras sobre el cierre de muchos de esos locales son alarmantes, pero ¿acaso no es la asignatura pendiente por parte de los clientes el contar con ellas como primera opción al hacer las compras? Son lugares donde no hay aglomeraciones y contribuiremos a la sostenibilidad.
Una tienda online requiere el doble de embalaje que una tienda física local y, además, esta última funciona como dinamizador social en los barrios, ya que fomenta las relaciones sociales entre vecinos.
Vivir en una gran ciudad conlleva desplazamientos y por ende, más exposición a las cosas que debemos evitar: mucha gente, nula distancia social, etcétera. Las tiendas de barrio ofrecen la tranquilidad de estar cerca de casa, y a la vez, los precios no son elevados.
De hecho, muchas han seguido con su presencia en redes sociales y es posible comprar desde nuestro domicilio ciertos productos que pesan o son incómodos de llevar.
Si las tiendas de barrio fueron nuestro salvavidas en esos primeros meses del estado de alarma, y gracias a ellas se consiguió evitar la carencia de alimentos esenciales, ¿no sería lógico seguir con esta práctica?
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